Mujeres III

Durante esas horas de soledad en que meditaba acerca de aquellos acontecimientos de los últimos días por los cuales todos nos condenaban, me acompañaban las imágenes de ese amor divino, repetidas una y otra vez en la semipenumbra de mi dormitorio por lo que yo creía una imaginaria emanación de mis recuerdos, mas luego -muchos años después- comprendería no eran otra cosa que las verdaderas, preciosas estampas de nuestros dulcísimos actos y emociones de aquella madrugada incomparable.

sábado, marzo 26, 2005

Epílogo



Habíamos llegado a Rosario en grandes colectivos, con cerca de dos mil compañeros cordobeses, para participar del Vº Congreso del FAS. El estadio, inmenso, se veía muy concurrido, pero quedaban algunos espacios sin gente aún en las tribunas. Estaba nublado y hacía mucho frío. Yo me había inclinado, refregándome los doloridos ojos, con Fiama a mi lado y los carteles, muchas figuras del Ché y grandes banderas desplegándose alrededor.
-¿Quieren comprar la Estrella Roja? -escuché ofrecer a una voz conocida.
Frente a nosotros, parada en la grada de abajo, La Negra me extendía su mano derecha con la revista. Bajo el otro brazo llevaba una pequeña pila.
Vestía su tapado marrón cubriendo un descolorido pulóver; un par de botas sin lustrar sobre medias de lana emergía bajo una pollera cuadriculada (la misma de la primera vez, pensé, sólo que ahora con algunas manchas). Envolvía su cuello una vieja bufanda, sobre la cual se derramaban aquellos bucles como de bronce, con desordenada exuberancia.
Se quedó allí mirándome un largo rato, como lo haría una niña abandonada.
-No, gracias -dijo con acento gélido al cabo de unos segundos, Fiama.
Entonces ella hizo una mueca triste, dijo "está bien", y se fue.
Guardo estas imágenes con unción en mi memoria. Pues ya jamás la volví a ver.