Mujeres III

Durante esas horas de soledad en que meditaba acerca de aquellos acontecimientos de los últimos días por los cuales todos nos condenaban, me acompañaban las imágenes de ese amor divino, repetidas una y otra vez en la semipenumbra de mi dormitorio por lo que yo creía una imaginaria emanación de mis recuerdos, mas luego -muchos años después- comprendería no eran otra cosa que las verdaderas, preciosas estampas de nuestros dulcísimos actos y emociones de aquella madrugada incomparable.

sábado, marzo 26, 2005

La Negra



I

Agosto de 1973. Yo 23 años. El lugar: un local muy grande en la calle Maipú, provincia de Córdoba. Mucha gente, casi todos jóvenes, las diez de la mañana. Se debate desde temprano pues hay una asamblea del FAS (Frente Antiimperialista por el Socialismo). Casi todos están en el ancho patio, es un día seminublado, yo justo debajo de unas columnas y una galería. Desde allí la veo. Es tan hermosa que casi parece imposible. Tiene traza de colegial, con su falda escocesa, zapatos abotinados de gamuza, camisa blanca a cuadritos azules, pelo con trenzas y moños a los costados. Un poco alta -1.68 calculo-, perfectamente proporcionada. Da Vinci podría hacerse una fiesta con ella. El orador habla de un modo durísimo criticando no sé qué desviaciones burguesas de uno de los partidos que integra el Frente. Pero yo solamente la miro a ella. Inútilmente, creo, puesto que a muchacha tan hermosa es absolutamente imposible encontrarla sola. Alguien debe de habérseme anticipado ya; aunque allí está sola, parece. Parece. Su cabello es castaño, perfecto: se nota aún desde la distancia que sus bucles son extraordinariamente naturales, que deben de ser suaves como los pétalos de una rosa. El orador -del PRT- dice que es inadmisible seguir tolerando las absurdas vacilaciones pequeñoburguesas del Partido Obrero Trotskista y solicita a la Mesa Directiva del FAS la expulsión lisa y llana de los trotskistas -entre quienes no hay ningún obrero, son todos universitarios, dice- de persistir en su tesitura "contrarrevolucionaria". Me subleva interiormente tanta dureza dialéctica entre compañeros, tanta soberbia en un supuesto dirigente revolucionario y pienso que ella debe de ser trotskista. Es que los trotskistas tienen un tipo, así como los PRT, los "chinos", los PC, los Montos... cada uno de estos grupos tiene un tipo fisonómico propio. Los trotskistas son todos pequeños burgueses muy refinados, y lindos, en serio, sean hombres o mujeres, todos lindos, pertenecen a esa raza de hijos de inmigrantes, a veces mezcla con criollos, que da especimenes tan perfectos como la que estoy mirando hoy. Absolutamente perfecta, miren, de la cabeza a los pies. Y basta. Porque no me miró, ni siquiera se dio cuenta que yo estaba allí, pese a mi arrobada actitud en ningún momento percibió ni siquiera por un instante mi presencia.
Después de que algo extraordinario sucede uno se acuerda de cosas. Que al parecer no tienen nada que ver. Como que por aquél tiempo yo había terminado de leer Cien años de soledad, y me había impresionado profundamente. Andaba mucho tiempo pensando en los mundos que imaginara con Cien años de soledad y busqué otra experiencia semejante. Entonces empecé a leer El coronel no tiene quien le escriba, de la misma saga. Era un libro chiquito, recuerdo, lo llevaba a todas partes. Aquella mañana en que vi por primera vez al ángel lo tenía entre mis manos, o en uno de los bolsillos de mi campera. Pero no me gustó, desde las primeras páginas sentí que no recrearía en mí las emociones de Cien años de soledad. Lo deseché para siempre, pues.